miércoles, 27 de noviembre de 2013

Podría ser así...

                                                                                        
                                                                                               ... justo así, siempre.

viernes, 15 de noviembre de 2013

Vuelo nocturno




 
Se levanta del suelo después de una caída casi mortal al vacío, desde una altura incalculable. Se sintió como reventada por dentro, le dolía todo, estaba segura que moriría de un instante a otro…
Pudo ver gente que se aproximaba de prisa pero nadie tenía reflejado el miedo a su pérdida.


 Llena de dolor se incorporó
y ahora empieza a caminar despacio
hacia esa especie rara de parapente (tiene arneses),  y se da cuenta por primera vez para su mayor sorpresa, que una sensación de seguridad en el manejo  de aquel instrumento hace su presencia. Decidió pasar al otro lado, más elevado por cierto, donde se advierte una tierra por donde poder caminar sin miedos.
 Supo que no iba a morir. Se dispuso a elevarse y esta vez con la seguridad de estar fuera del alcance de cualquier peligro. En el último instante le sobrecoge de golpe el vacío, más mortal aún que la caída, un sinsentido como de hacer un esfuerzo inútil. Todo para nada… 


 Es ahí cuando apareces tú, me miras, confías en mí, y sonriendo me preguntas si te llevo conmigo.  Es el momento más feliz de mi existencia. No puedo responderte. La respiración deja de funcionar ese tiempo que la razón necesita hasta ubicarse en otra realidad más cercana al cielo imaginado. Te abrazo como si me faltara la mitad de mi vida y acabara de encontrarla.
 Tengo todo el mecanismo dispuesto para volar;  te miro y me sonríes, y te devuelvo una sonrisa incrédula y feliz. Nos apretamos los dos y saltamos a un vacío que se eleva.  Una ráfaga de miedo a que algo falle y tenga que dejar ahí la vida me hiela la sangre, porque ahora…

Percibo que remontamos como llevados por el viento  en ese imposible paracaídas, no descendemos, nos elevamos en el cielo abierto, cercanos a veces a un roquedo  parecido a un bello acantilado donde casi por momentos podríamos  haber puesto nuestros pies en su verticalidad,  y continuamos ascendiendo hasta algún lugar de la imaginación donde, con una suavidad de ensueño,  pisamos una arena agradable y cálida con dos sonrisas rebosando felicidad. 




 Ese lugar, es el mismo lugar encantado donde desapareces con la llegada del día.




 Y el mismo donde el amor me explota en el corazón como la pólvora en el vientre de las ballenas.

 

viernes, 1 de noviembre de 2013

El corazón de la medusa


 Dialogamos durante un largo tiempo (dos minutos quizá), y me enseñó de una forma exquisita lo fácil que es cambiar unas palabras por otras. Él rompió el silencio: " La he visto de salir nadando". Lo miré como miro a todos los niños, con una indiferencia que no pretende ocultarse aunque la miren con extrañeza. "Está viva y me he meado encima" -dice-, y entonces fijo mis ojos en los suyos que me interrogan entre miedosos y sorprendidos, preguntándome a mí misma si se meó en su pequeño bañador lleno de arena o encima de aquella inerte criatura marina que en medio de nosotros dos parece una señal de algo mucho más grande. Levanto la vista ("¿cómo es posible que no haya nadie con él?",- me pregunto-) y compruebo que la única persona en la playa que supongo será la responsable de aquel chico de no más de cuatro años, es una señora gorda y mayor que se afana en recoger algo de la orilla  que no me importa lo más mínimo pero que ya podía (pienso) ser menos descuidada dejando al que imagino será su nieto tan cerca de ese animal que fácilmente pudiera ser "peligroso" para él.


 "Mejor si no la tocas -le digo-, es una medusa muy grande". 
"A mí no me dan miedo las medusas", responde. "Además... está dormida..."



Fue poco después cuando me detuve sobre su húmeda transparencia en un acto de respeto a la vida tan efímera y tan frágil, cuando me di cuenta que, aun bañado por la muerte, la imaginación es capaz de descubrir el maravilloso símbolo del amor.