viernes, 1 de noviembre de 2013
El corazón de la medusa
Dialogamos durante un largo tiempo (dos minutos quizá), y me enseñó de una forma exquisita lo fácil que es cambiar unas palabras por otras. Él rompió el silencio: " La he visto de salir nadando". Lo miré como miro a todos los niños, con una indiferencia que no pretende ocultarse aunque la miren con extrañeza. "Está viva y me he meado encima" -dice-, y entonces fijo mis ojos en los suyos que me interrogan entre miedosos y sorprendidos, preguntándome a mí misma si se meó en su pequeño bañador lleno de arena o encima de aquella inerte criatura marina que en medio de nosotros dos parece una señal de algo mucho más grande. Levanto la vista ("¿cómo es posible que no haya nadie con él?",- me pregunto-) y compruebo que la única persona en la playa que supongo será la responsable de aquel chico de no más de cuatro años, es una señora gorda y mayor que se afana en recoger algo de la orilla que no me importa lo más mínimo pero que ya podía (pienso) ser menos descuidada dejando al que imagino será su nieto tan cerca de ese animal que fácilmente pudiera ser "peligroso" para él.
"Mejor si no la tocas -le digo-, es una medusa muy grande".
"A mí no me dan miedo las medusas", responde. "Además... está dormida..."
Fue poco después cuando me detuve sobre su húmeda transparencia en un acto de respeto a la vida tan efímera y tan frágil, cuando me di cuenta que, aun bañado por la muerte, la imaginación es capaz de descubrir el maravilloso símbolo del amor.
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Pocas mentes, pocos corazones privilegiados son capaces de descubrir símbolos del amor en lo efímero...
ResponderEliminarEres un alma observadora y un corazón abierto de par en par ...
Gracias por tus palabras Mar del Norte.
ResponderEliminarUn abracito desde el mar del sur :)
Las libélulas, portan los vientos de cambio.
ResponderEliminarEs la definición el tiempo entre nacer y morir.
Nacer en el agua, quedarse en estiva.
La magia de la naturaleza un buen día soleado, logra que decidan volar, así sea por pocos días para después morir.
Jose Maria Aristimuño.
José María: Gracias por tu poesía y bienvenido al otro acantilado, el lugar donde contemplo algunos de mis sueños más queridos. Un saludo.
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